Muerte dentro de la esencia

El hombre sumergido en agua helada mantiene un hilo de vida desde la oscuridad hasta la más blanca luz de la superficie. Inmóvil, tranquilo, no respira y soporta el frío que corre por sus venas. Cierra los ojos lentamente, aprieta los párpados concentrándose en juntar sus fuerzas para seguir ese hilo que cada vez se pierde más.

Lucha contra pedazos de algo que le obstruyen el camino. ¿Animales muertos? No lo piensa, tampoco lo quiere corroborar. Patalea desesperadamente y mueve sus brazos intentando empujar lo que sea que lo rodea. Patalea más rápido, más fuerte. Ya agitado, su cuerpo se debilita y pierde todo: rapidez, fuerza y conciencia.

Después de inmensurables horas bajo la oscuridad, el cuerpo del hombre se rehúsa a congelarse; se mueve con toda la energía y voluntad que le queda. Con una reacción precipitada, empuja lo que hay a su alrededor. Sigue esa pequeña esperanza de escapar. Sin embargo, de nuevo el cuerpo le pesa. Se detiene. Observa hacia la superficie, pero ¿cuál superficie? Todo lo que hay es penumbra y frío. No hay rastro de luz ni de ese pequeño hilo que lo esperanzaba a salir. Para él no queda nada. Ni siquiera el intento de volver a respirar.

Su mente divaga. Recuerda su familia, su hogar, su nombre –Abdel Latif-. Piensa en lo que hacia allá en la superficie. Su mente da vueltas entre imágenes que se amontonan, que van y vienen rápidamente. Escenas fugaces colman su mente. El corazón, aceptando su destino, se deja llevar por el frío que ahora le cala hasta los huesos. La sangre se cristaliza.

Antes de darse por vencido, quiere saber qué ocurre. Abdel mira a su alrededor. Se encuentra con más cuerpos hundidos: esta en un mar de seres congelados, en un mar de sangre. Es hasta ahora que empieza a sentir como es aplastado por el peso de los cadáveres. Conoce perfectamente la putrefacción.

Al ver los rostros de los cuerpos llegan a su mente más recuerdos, más sangre lo inunda. Piensa en las maneras en que mató a cada una de esas personas, incluso el sabor de su carne y lo excitado que se sentía con eso. Lo único que no logra recordar es cómo terminó en su propio congelador. Intenta volver a respirar, sus pulmones no reaccionan. Uno de los cadáveres abre los ojos: bienvenido, susurra con voz espectral. 

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