La ciudad de las casas cuadradas.

Cada mañana todos debemos formarnos. Los colores amarillos y desgastados nos saludan desde que abrimos los ojos, el techo amarillento y sucio siempre nos saluda de cerca, las paredes amenazan con aplastar nuestros cuerpos en algún momento y la puerta mantiene el seguro puesto por fuera. Siempre me pregunto si habrá alguien que realmente pueda dormir en la oscuridad de su cuarto, si alguien descansa sabiendo lo que nos espera en la siguiente jornada.


Hay una luz amarillenta, opaca, casi tangible, esperándonos al salir de nuestras pequeñas casas. Todos salimos casi al mismo tiempo, después de que uno de los enormes guardianes de la ciudad hace rugir su mecanismo, la alarma me recuerda mucho a los gritos de los trenes al frenar con urgencia, pero éste chillido suena aún más fuerte y largo (a veces creo que algún día nos dejará sordos). Y no es como que necesitemos tanto escándalo para despertar (¿ya te dije que no dormimos?). La alarma está diseñada para que se abran las puertas de los cuartos, otra lluvia de estruendos resuena en la ciudad mientras los seguros pesados se abren por fuera. Nadie ha visto cómo funcionan las cerraduras.


Al salir todos caminamos, como buenos borregos, enfilándonos al centro de la ciudad dónde nos esperan otros robots de tamaño más pequeño que se dedican a prepararnos alimentos. Siempre nos dan cosas asquerosas que trajeron de su planeta, normalmente nos dan una sopa de colores, morados o azules, que destella al ser servida en un contenedor cuadrado y siempre está fría. Debemos comer de pie, nadie puede sentarse nunca, nuestro único descanso es cuando ellos lo mandan. (Aquí no hay noche, ni día, tal vez ni tiempo).


Las personas mueren aquí por accidentes o por diversión, de los robots, por supuesto. Mientras nos dan el primer alimento seleccionan a alguien al azar y empiezan un espectáculo en el que torturan al elegido. Les encanta hacer que exploten sus estómagos para obtener los destellos alucinantes de la comida que recién ingirió. Esta ceremonia ha llegado a alargarse hasta cuatro personas por jornada (llamo jornadas a los momentos en los que nos dejan salir).


Y salimos sólo para buscar piedras negras que se esconden en los túneles en las orillas de la ciudad. He notado que estas rocas enormes les sirven de alimento, como energía y que dependiendo de su tono (porque a veces son traslúcidas) los ayudan a crecer. Trabajamos para ellos.

¿Por qué diablos trabajamos para ellos? Se apoderaron de nosotros y nos encerraron en cuartos en los que apenas si cabemos, no tenemos cama, no tenemos cambio de ropa. ¡Y no hablan! Se limitan a señalarnos lo que desean, a rugir y matar. He notado, también, que existen más rocas, más allá de los límites de la ciudad, a donde nadie nunca ha llegado. Pero te lo digo a ti, por si algún día logras escapar, son unas piedras de un tono naranja, me atrevería a decir que casi café que los envenena. Son transparentes y las he encontrado dentro de los escombros de algunos robots muertos (si es que esas enormes carnes blandas pueden morir). Te lo digo a ti que encuentras esta última carta que podré esconder entre las casas, por si muero al intentar salir de la ciudad.









[Cuento inspirado por el vídeo expuesto en esta entrada y escrito para la actividad literaria en Microspecular con el HT en twitter #microFS5]


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