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La más desangrada

El infierno perfecto

Desde que tengo conciencia de este hermoso lugar, siempre ha sido lo mismo. La pequeña región donde resido mantiene un aire caluroso, seco: perfecto para seguir con mis actividades. ¿Acaso no es de lo mejor lo que hacemos nosotros los demonios? Le digo todos los días a mi amigo Olfvá. Cuando recién llegamos nos regalaron un látigo y nos pusieron a cargo de unos cuantos hombres que deben quemarse en pleno uso de conciencia. Los obligamos a caminar entre piedras filosas mientras recolectan leña que deben llevar hasta la plaza de nuestro pueblo. Ahí los pequeños demonios ya se encuentran ansiosos por ver el espectáculo. Si dejan de caminar, los azotamos; si se quejan, los azotamos; si se les ocurre mirarnos a los ojos, los azotamos. Siempre es divertido verlos estremecerse de dolor. Acá, en Los Fuegos del Alto Rencor, vivimos demonios ya grandes, de mucho tiempo azotando, quemando y riendo. Sobre todo quemando. Esta noche íbamos a quemar a dos hombres que bajaron hace seis cátalas. En ti

Tulipán mutante

Guardé su cadáver todo este tiempo. Decidí que era un ejemplar peculiar cuando lo vi brotar de su cuerpo. Pero, un momento, tengo que verificar cómo comenzó la historia. Sí, la fecha en el blog dice 05 de octubre. El grupo de amigos de la mesa contigua se acababa de ir cuando Z se acostó sobre la mesa. Sin lugar a dudas se trataba de un mutante. Escéptico, intenté tocar el tulipán que emergía de su estómago. Utilicé su cuerpo como centro de mesa. No quería perder aquella primera impresión. A diferencia de otras flores, este tulipán tenía como base una naranja y se nutría de la propia comida procesada por el estómago de Z. Él hablaba sólo para indicarme si el tulipán tenía antojo de pizza o helado. Lo que más amaba eran las empanadas rellenas de crema pastelera, restregadas en azúcar.  El tulipán crecía y la voz de Z se apagaba proporcionalmente. También el hilo de sangre que caía en todas direcciones de la pequeña mesa. Me preocupaba que finalmente Z falleciera y con él, el tulipán.  H

El abismo dentro

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Sólo voy a contar de l as heridas: una en mi pecho y otra en la muñeca derecha. Ambas contorneadas en forma de ojo, con la carne viva abriendo paso hacia un abismo. Mientras caminaba entre una blancura sin fin, un joven se acercó y me hizo notar la abertura en mi pecho. Por un momento, como si yo fuera él, pude ver de frente la herida: más que un ojo, era una vagina sanguinolienta y palpitante. Vi cómo se hinchaba y se recogía la carne a su alrededor. No derramaba sangre. Dentro de la herida sólo había oscuridad. Entonces el joven, entonces yo, tuve curiosidad por tocar, y metió, metí, el dedo en la herida. Pude sentir que se abría paso hacia mis costillas. Toqué los huesos. ¿Era tibio? ¿Era frío? Ahora mis ojos miraban el dedo intruso entrar por la herida en mi pecho y sentí cómo se abría un agujero negro, directo a un abismo. ¿Duele? Me preguntó el joven. No. No se siente nada, simplemente están aquí. Entonces le mostré la herida en la muñeca, muy similar, pero en lugar de palpitar,

¿Quién eres?

Soy de rascarme la piel. Hacer que sangre. Sentir que me libero de algo que se esconde dentro de mi cuerpo. Estoy podrida. Soy de dejar que mi estómago se vacíe mientras mis oídos sangran. Soy de pellizcarme los pechos hasta que la piel se pone roja. También soy de seguir mis propias venas con las uñas, observar cómo se hinchan y se tornan moradas. Soy de hurgar en mi vientre hasta que del ombligo brotan gusanos. Soy de agarrar un gusano para verlo agitarse entre mis dedos. Lo acerco a mis ojos. ¿Quieres explorar mi mirada? Le pregunto. Restriego al gusano en mi barbilla. Su olor llena mis pulmones.  Soy de callar el dolor. Los oídos zumban. Miro el techo de la recámara. Ahí también hay gusanos que llueven sobre mi cuerpo.  Soy de rasguñar mis piernas. Golpear los muslos intentando aplastar los gusanos. Soy de comer gusanos. Verlos salir de nuevo por el ombligo. Hasta que me harto. Rasco por todo mi cuerpo, buscando abrir nuevas salidas. Que salgan por mi cuello, por la espalda, por mi