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Garganta cerrada

La sangre sentía pánico, corría contra la gravedad, alzaba sus rodillas. Yo no lo adoré. Su carmesí siempre sonriente, se hacía mate, se callaba y por primera vez quiso correr. ¡Fue mi culpa! ¿Será que lloraba? ¿Será que su rostro dejó de alumbrar las heridas? Pobre sangre espantada. Su brillar regresaba a las venas, se perdía en contraflujo. Mi piel sudaba. ¡Yo lo arrullaba! Y sus lágrimas me cubrían la sangre seca y la garganta cerrada.

Haikú Sangriento

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Lo encontró Frío, tieso, lejano  Y Desmembrado Derrama sangre  Se ahoga el grito  Y tiñe el agua Libera el río  De sus brazos al aire La tinta roja. Desangré tu luz Con la etérea daga De labios tibios.

El infierno perfecto

Desde que tengo conciencia de este hermoso lugar, siempre ha sido lo mismo. La pequeña región donde resido mantiene un aire caluroso, seco: perfecto para seguir con mis actividades. ¿Acaso no es de lo mejor lo que hacemos nosotros los demonios? Le digo todos los días a mi amigo Olfvá. Cuando recién llegamos nos regalaron un látigo y nos pusieron a cargo de unos cuantos hombres que deben quemarse en pleno uso de conciencia. Los obligamos a caminar entre piedras filosas mientras recolectan leña que deben llevar hasta la plaza de nuestro pueblo. Ahí los pequeños demonios ya se encuentran ansiosos por ver el espectáculo. Si dejan de caminar, los azotamos; si se quejan, los azotamos; si se les ocurre mirarnos a los ojos, los azotamos. Siempre es divertido verlos estremecerse de dolor. Acá, en Los Fuegos del Alto Rencor, vivimos demonios ya grandes, de mucho tiempo azotando, quemando y riendo. Sobre todo quemando. Esta noche íbamos a quemar a dos hombres que bajaron hace seis cátalas. En ti