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El abismo dentro

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Sólo voy a contar de l as heridas: una en mi pecho y otra en la muñeca derecha. Ambas contorneadas en forma de ojo, con la carne viva abriendo paso hacia un abismo. Mientras caminaba entre una blancura sin fin, un joven se acercó y me hizo notar la abertura en mi pecho. Por un momento, como si yo fuera él, pude ver de frente la herida: más que un ojo, era una vagina sanguinolienta y palpitante. Vi cómo se hinchaba y se recogía la carne a su alrededor. No derramaba sangre. Dentro de la herida sólo había oscuridad. Entonces el joven, entonces yo, tuve curiosidad por tocar, y metió, metí, el dedo en la herida. Pude sentir que se abría paso hacia mis costillas. Toqué los huesos. ¿Era tibio? ¿Era frío? Ahora mis ojos miraban el dedo intruso entrar por la herida en mi pecho y sentí cómo se abría un agujero negro, directo a un abismo. ¿Duele? Me preguntó el joven. No. No se siente nada, simplemente están aquí. Entonces le mostré la herida en la muñeca, muy similar, pero en lugar de palpitar,